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Categoría | Protección del niño > Perú |
Los boletines de calificaciones de los adolescentes del mundo constituyen la medida de sus logros académicos y pueden señalarles el camino hacia el futuro. ¿Qué calificación merecemos quienes constituimos la comunidad mundial por los esfuerzos que realizamos para darles a esos jóvenes el futuro que se merecen y las herramientas y oportunidades que necesitan para avanzar todo lo posible en sus vidas? Como queda demostrado en esta décima edición del informe Progreso para la infancia de UNICEF, las calificaciones de nuestro boletín son contrapuestas. Porque aunque en décadas recientes hemos logrado avances importantes para millones de niños al reducir la mortalidad infantil, aumentar el número de niños y niñas matriculados en las escuelas primarias y ampliar el acceso a los servicios de atención de la salud, esos avances pasaron por alto a un número demasiado elevado de adolescentes de 10 a 19 años. Es necesario que ese progreso beneficie también a esos jóvenes. Porque la adolescencia no sólo es una etapa cardinal en la vida de los niños, ya que se trata de la senda que conduce a la edad adulta, sino que también nos da la oportunidad de lograr avances para todos los niños y niñas. Se trata, además, de una etapa de la vida a la que debemos prestar más atención e invertir en ella más recursos y esfuerzos inmediatos, para no sufrir en el futuro las consecuencias de tener una generación cuyos miembros posean menos capacidad y posibilidades de convertirse en integrantes plenamente activos de la sociedad. Hoy en día, en el mundo viven 1.200 millones de adolescentes. Casi un 90% de ellos habita en los países en desarrollo, pero se trata de un sector de la población infantil del que sabemos menos que sobre cualquier otro. Lo que sabemos sobre la situación, los hábitos, las esperanzas y los sueños de esos adolescentes no es suficiente. Las encuestas domiciliarias han aumentado la cantidad y mejorado la calidad de la información acerca de los adolescentes, y a pesar de ello, los datos de los que se dispone son notablemente escasos, especialmente los que se refieren a los adolescentes de 10 a 14 años. Pero hay ciertas cosas que sí sabemos. Unos 71 millones de niños y niñas que deberían estar cursando los años inferiores de la escuela secundaria no asisten a clases pese a la importancia crítica que tiene la educación para que adquieran las aptitudes que necesitarán cuando sean adultos para integrarse en la fuerza laboral de sus comunidades. Las niñas tienen menos probabilidades que los niños de asistir y terminar el ciclo secundario, a pesar de que las niñas que han recibido educación se casan a mayor edad que las que no han estudiado, tienen hijos más tarde, logran mejores ingresos para sus familias y crían hijos e hijas más sanos y mejor educados. En los países menos adelantados, una cuarta parte de los hombres jóvenes y una tercera parte de las mujeres jóvenes son analfabetos. Unos 75 millones de personas de 15 a 24 años no tienen empleo, y su número está en aumento, mientras que las tasas de educación de los adolescentes sólo han aumentado marginalmente. Aunque los adolescentes corren un riesgo relativamente bajo de contraer las enfermedades que provocan la muerte del mayor número de niños de corta edad, como la diarrea y la neumonía, no se trata, de ninguna manera, de la época más segura de la vida. Cerca de 1,4 millones de adolescentes mueren anualmente debido a las heridas y lesiones que sufren en accidentes de tránsito, hechos de violencia y otras causas. En 21 países en desarrollo sobre los que se cuenta con suficientes datos para evaluar la situación de los jóvenes, más de una tercera parte de las niñas de 15 a 19 años sufren anemia. El inicio de la pubertad, con el consecuente aumento de la libertad personal, aumenta notablemente el grado de vulnerabilidad de los adolescentes, especialmente en el caso de las niñas. Se calcula que unos 2,2 millones de adolescentes viven hoy con VIH, y que un 60% de ellos son niñas. Más de una tercera parte de las mujeres jóvenes del mundo en desarrollo contrajeron matrimonio antes de cumplir 18 años y quedaron, de esa manera, expuestas al peligro de la violencia doméstica. El matrimonio precoz también suele conducir al embarazo y al alumbramiento precoz, que es la principal causa de muerte entre las adolescentes africanas. Aun cuando se les excluya de los servicios vitales y se les nieguen sus derechos básicos, los adolescentes pueden ser valientes y ricos en recursos y comprender que su futuro no sólo depende de lo que podamos hacer por ellos, sino de lo que ellos puedan hacer por ellos mismos. En el mundo en desarrollo, la tecnología digital, las comunicaciones móviles y los medios de comunicación social ayudan a que los jóvenes estén más conectados que en ninguna otra época de la historia, y no sólo entre ellos, sino también con el mundo de la información y las ideas. Las nuevas tecnologías les suministran la inspiración que necesitan para descubrir formas originales de mejorar sus vidas. Yo he sido testigo presencial de ese fenómeno. En las favelas de Río de Janeiro, los adolescentes cuelgan cámaras fotográficas de los cordeles de sus cometas para realizar mapas de los puntos peligrosos de sus vecindarios. En Uganda y otros países, muchos jóvenes emplean los mensajes telefónicos de texto, o SMS, para informar sobre las condiciones imperantes en sus comunidades y para ofrecer ideas sobre cómo tratar los problemas. Y en casi todos los países y comunidades del mundo, los adolescentes y personas jóvenes están cambiando su mundo, que es el mundo que todos compartimos. Los adolescentes de hoy en día nacieron bajo los auspicios y la protección de la Convención sobre los Derechos del Niño. Son los niños y niñas de la Declaración del Milenio, que crecieron en una década de esfuerzos mundiales sin precedentes destinados a crear un mundo más pacífico, más próspero y más equitativo. Es mucho lo que les hemos prometido. Ahora debemos cumplir esa promesa
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